Por Luis Luna León, desde México, especial para NOVA
Junio y Julio son por demás meses de profunda nostalgia para mí. Emociones encontradas. Sentimientos que se ven, se reconocen, pero no se abrazan. Muchos acontecimientos marcan este mes en mi interior. Por un lado, la alegría y por el otro, la tristeza. Situaciones personales que vivo siempre al máximo.
Y dentro de ese cúmulo de emociones, está la de ver a mis hijos culminar etapas académicas. Y me da mucho gusto que no sólo yo vivo estos momentos. Todos aquellos que tienen cerca a niños también las viven.
Y es que ver a esos pequeños seres ahí, frente a mí, en un estrado, en un escenario, recibiendo los papeles que acreditan la culminación de sus estudios es por demás significativo.
Los observo y mi mente vuela. Quizá mis hijos no se dan cuenta de lo hermoso que es estar en las butacas, aplaudiendo con lágrimas en los ojos, haciendo de mi un manojo de emociones, vibrando y gritando el “bravo” en honor al graduado o la graduada cuando mencionan su nombre. Sucumbir ante esa sonrisa infantil es lo que llevo en la mente siempre.
Y después de las ceremonias de graduación vienen los festejos. Y acudí a varias celebraciones por fin de cursos. Unas por cuestiones de parentesco y otras, por cuestiones de amistad.
Y es que ¿cómo no celebrar algo tan importante? Que vengan las celebraciones. Fiesta y más fiesta. Fuera las togas. Fuera los libros. Fuera los cuadernos. Todo fuera en la fiesta. Hasta las reglas.
Y es ahí en donde uno observa de todo. Lo posible y lo imposible reunidos en una misma reunión. Y siendo ético con las personas que me invitaron, pedí autorización para escribir lo que hoy describo.
Niños golpeándose unos con los otros. Niñas de 10 o 12 años convertidas a través de la ropa y del maquillaje en unas adolescentes de 16 años. Niños tirando a la alberca desde piedras hasta pedazos de pizza que sirvieron para la comida.
Niños rompiendo con los pies los conos de las bocinas rentadas para amenizar la fiesta. Niños tirando de los cables de audio para hacer la travesura perfecta. Niños a la orilla de la alberca pateando al otro hasta hacerlo caer. Niños que saben nadar sumergiéndose en el agua al que no saben.
Y del vocabulario mejor ni hablamos. Groserías y más groserías borboteaban por doquier en los niños. Pero lo que me llamó la atención fue que nadie, absolutamente nadie puede frenar lo sucedido en esas fiestas.
Porque todo ello pasa estando los padres como testigos. Y además de testigos, sin nada que hacer. O lo que es peor: sin querer remediar nada. “Son niños” es la frase en la que se amparan para seguir ignorando una realidad y sin tomar en cuenta que frente a sus ojos se está construyendo el futuro de esos niños.
Que lamentable para mí fue ver a una madre de familia acercarse a un maestro invitado a la fiesta a pedirle que le llamara la atención a su hijo porque a ella (la mamá) no le hacía caso. Triste pero real.
Y quiero señalar que en la fiesta no se va a educar a los niños. Lo que se ve en las fiestas es la consecuencia de la falta de atención que sobre el comportamiento del niño o niña se tiene desde siempre en casa. El niño hace lo que se le permite. Y en las fiestas es el reflejo de ello.
Los padres de familia tenemos una gran responsabilidad en las manos. Y hay que asumirla como tal. La educación de nuestros hijos no radica en la escuela. En la escuela se les da conocimiento académico. Pero los valores, los principios, estos se dan en casa.
Por más que las escuelas hagan programas contra el acoso escolar se tendrán pocos avances si en casa no se trabaja también con los niños. Ambas partes tienen que hacer su papel responsablemente.
Qué razón tenían William McDougall y Sigmund Freud cuando hablaban sobre la teoría de las masas. Hoy el comportamiento negativo se va volviendo una fuerte influencia para todos los niños. Hoy los niños copian el comportamiento de la mayoría sin cuestionarse nada. Y esto cobra más vida cuando en casa no hay plática y orientación de los padres para con los hijos.
Hoy ya la vida nos está diciendo que algo tenemos que hacer. El bullying está impactando en las y los menores de edad que los está llevando a la depresión e incluso al suicidio. No es fantasía. Las muertes son reales. Tan reales como la falta de atención que como padres tenemos con nuestros hijos.
Por lo pronto yo seguiré metido en lo mío, haciendo lo propio con mis hijos.Porque nada me dará más tristeza que esos niños que hoy van aprobando las materias en la escuela sean reprobados cuando grandes por la vida misma. Niñez junto a los padres y madres de familia en una misma escena. Graduados. Si. ¿Quién reprueba?